La violencia de pareja adolescente (VPA) ya es considerada un problema de salud pública por las consecuencias que acarrea. La buena noticia es que es posible prevenirla desde una educación afectiva y sexual integral.
Por Renata Coronado. 07 octubre, 2020.Las noticias sobre violencia abundan en nuestros periódicos y noticieros. Las que más nos chocan y a las que nunca nos acostumbraremos son aquellas de maltrato entre personas que deberían cuidarse mutuamente, dentro de la familia y en la pareja. En nuestro entorno, también pueden darse situaciones de violencia que pasan desapercibidas, y no por eso son menos importantes.
Recuerdo que hace un tiempo le escribí a un alumno, porque estaba faltando mucho a clases y bajando sus notas, preguntándole qué estaba pasando. Se acercó a mi oficina y me explicó que estaba atravesando una situación emocional difícil porque había terminado con su enamorada.
La relación, de la que ya había salido y vuelto a entrar en otras ocasiones, era lo que podríamos llamar “tóxica”. Por ambas partes había faltas de respeto, chantajes emocionales y comportamientos controladores, a causa de una pérdida total de confianza. Él era muy consciente de que la relación no daba para más, pero seguían buscándose y no ponían realmente un punto final. La situación era tan estresante que se sentía deprimido e incapaz de concentrarse. Puedo decir que no fue la única vez que escuché una historia de este tipo.
Al investigar sobre la violencia de pareja, me llamó la atención el elevado porcentaje de adolescentes alrededor del mundo que reportan haber sufrido algún tipo de violencia, siendo la de tipo psicológica la más frecuente. Los moretones o rasguños, signos de violencia física, son los que lanzan la alarma de que la relación es perjudicial. Pero los golpes muchas veces vienen después de los insultos, y estos después de los chantajes y pérdida de respeto.
La violencia de pareja adolescente (VPA) ya es considerada un problema de salud pública por las consecuencias que acarrea. La buena noticia es que es posible prevenirla desde una educación afectiva y sexual integral, pues las investigaciones señalan como factores inhibidores algunas habilidades como el autocontrol emocional, la empatía y la comunicación asertiva.
La educación sexual integral profundiza su sentido cuando tiene en cuenta que las personas, para desarrollarse armónicamente, deben ser atendidas en todas sus dimensiones: física, psico-afectiva y racional-espiritual.
Es necesaria la promoción de un diálogo respetuoso en este campo, que permita a las familias trabajar con las instituciones educativas. Los adolescentes necesitan una educación que vele por su salud física, psicológica y espiritual, y que los ayude a desarrollarse de manera plena para ser capaces de construir y mantener relaciones sanas.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.